Nos aproximamos al cierre del año e inevitablemente tendemos a hacer balances, a corrernos de la mirada diaria analizando en perspectiva los indicadores más relevantes del año. En el contexto actual, uno de los análisis obligados es sin duda la evolución de los precios de la hacienda.
El 2020 será recordado por todos como el año de la pandemia, año en el que el mundo entero debió reacomodar sus prioridades, estilos de vida y de consumo, donde el valor de muchos bienes también debió adaptarse a la nueva escala entre lo superfluo y lo esencial. La carne, como tantos otros alimentos, reforzaron su carácter de esencial logrando sostener niveles muy sólidos de demanda, trasladados por supuesto al valor de la hacienda en pie.
Sin embargo, en nuestro país, la precaria situación económica en la que nos encontró esta pandemia, posicionó a la hacienda no solo dentro del terreno de lo ‘esencial’ sino que, además, la erigió como una de las pocas alternativas de resguardo de valor, a la que acudieron muchos productores.
Más allá del año que estamos cerrando, basta con ampliar la mirada a tan solo los últimos 10 años, para confirmar que la debilidad de la moneda es un tema estructural en nuestro país. Argentina ha convivido con pisos de inflación del 25% anual, para escalar en los últimos tres años a picos en torno al 50% nivel que -de no ser por el congelamiento artificial de precios debió haberse sostenido este año y esa expectativa devaluatoria fue precisamente la que adicionó un alto grado de incertidumbre durante todo el 2020.
Sin embargo, las variaciones en el precio de la hacienda -medido a través del Índice General Mercado de Liniers (IGML)- no permiten detectar un patrón de comportamiento constante a lo largo del tiempo en relación a la inflación. Claramente, las variaciones de precio tienen un base fundamental, son el reflejo de diferentes fases del ciclo ganadero, momentos de liquidación y momentos de retención, pero también reflejan momentos de cambio de expectativas. En este sentido, uno de los últimos incrementos fuertes registrados por el precio de la hacienda en relación a la inflación ocurrió durante los últimos meses de 2015, impulsado por una fuerte expectativa de cambios en materia de política agroexportadora. El 2019 también se presenta como un año disruptivo, marcado por la aparición de China en el mercado exportador, generando importantes cambios en las relaciones de precio de la vaca, respecto de las restantes categorías.
Finalmente, durante el 2020, la hacienda vuelve a estar en el centro de escena ofreciendo una de las alternativas de resguardo más atractivas y seguras, ante el alto grado de incertidumbre política y cambiaria en la que se vio inmersa la economía, aun previo a la pandemia.
En los últimos 12 meses -aun considerando valores parciales de diciembre – las categorías de vacas y toros aumentaron un 70% y 76%, respectivamente mientras que los novillos, novillitos y vaquillonas incrementaron sus valores entre un 64% y 66% anual.
En tanto que los terneros, marcaron aumentos anuales del 95% desde diciembre de 2019. El IGML, utilizado como referencia del valor general de la hacienda comercializada en Liniers, aumentó durante el último año un 65% promedio, esto es 28 puntos por sobre la inflación esperada para todo el 2020 (36,7% de acuerdo al último relevamiento de Expectativas de Mercado publicado por el Banco Central).
Como es sabido, el continuo deterioro de la moneda a lo largo de los años impide comparar valores monetarios diferidos en el tiempo. Una solución a este problema es corregir estos valores por un índice de precios de referencia que permita obtener precios constantes o, equivalentes en poder adquisitivo. En este caso, hemos optado por tomar un periodo más corto, de cinco años, para el cual disponemos de estadísticas oficiales consistentes para efectuar la conversión.
Un primer análisis, común a todas las categorías, es que aun a valores constantes los precios actuales se encuentran mas caros respecto del promedio de los últimos cinco años. Tanto el novillo, como el novillito y la vaquillona son las categorías que menor apreciación relativa muestran, al posicionarse un 20% por sobre el promedio mientras que el resto de las categorías se encuentran un 40% más caras en relación a los últimos cinco ciclos.
Ahora bien, viendo algunos movimientos puntuales por categoría, vemos que más allá de la luz de alarma que se ha encendido en el mercado la reciente escalada del precio del gordo, sus valores no difieren de los niveles registrados en 2016. Por el contrario, si lo comparamos con los picos registrados durante el segundo trimestre de ese año, los valores actuales se encuentran ligeramente más baratos (-1%) en términos constantes.
En el caso de la vaca y por efecto arrastre el toro, claramente el punto de quiebre fue el surgimiento de China como principal demandante de estas categorías. A fines de 2018 comienzos de 2019 comienza a incrementar su valor relativo contra el resto de las categorías, marcando picos estacionales de hasta un 85% del valor del novillo contra el 70% que históricamente ha valido en estos períodos. Hoy visto en perspectiva, vemos cómo a pesar de los elevados precios corrientes que siguió registrando la categoría durante el segundo semestre de 2019, medido a valores constantes, fue perdiendo terreno hasta retomar su senda ascendente reciente a partir del segundo semestre de este año, aunque ligeramente más estabilizada en términos de su relación histórica contra el novillo. Asimismo, sorprende la apreciación que están registrando los toros en los últimos meses al despegarse en un 10 a hasta 12% del valor de la vaca.
Ambas categorías se encuentran hoy entre un 40% y un 50% mas caras que el promedio de los últimos cinco años, siempre medido a valores constantes.
Finalmente, el ternero se presenta como la gran estrella dentro de las distintas categorías, con una marcada apreciación desde mediados del año pasado, que luego se vio acelerada este año desde el inicio de la zafra. Medido contra su valor promedio de los últimos cinco años, el ternero de invernada se encuentra un 40% más caro, a valores constantes.
Si bien la relación contra el gordo este año ha resultado atípica, llegando a marcar relaciones de reposición de hasta 50% más caras, la última suba de precios en el mercado local pareciera corregir parcialmente este desbalance. Sin embargo, los fundamentos de suba en uno y otro caso no son los mismos. Mientras el precio del gordo sube por acción de un mayor gasto estacional del consumidor local -impulsado por el fin de año y la apertura de bares y restaurantes- el precio del ternero es sostenido por expectativas de expansión de la ganadería, apreciación de la hacienda como reservar de valor y perspectivas de zafras relativamente mas limitadas en cuanto a nivel de oferta. Es decir, la temporalidad de ambos fundamentos es diferente. El primero es de un horizonte mas limitado mientras que el segundo, habla de perspectivas que involucran a más de un ciclo ganadero.
Claramente el horizonte de valores que marque la invernada, terminará condicionando los engordes y tras ello, el valor de la hacienda terminada que llega a los mostradores.
En este sentido, la importancia que reviste la carne vacuna en la dieta de los argentinos, hace de sus aumentos de precios un tema central al momento de proyectar el comportamiento de los índices inflacionarios. Algo que todos los fines de año vuelve a aparecer en el centro de la escena, disparando acuerdos de precios, bonos de fin de año, y demás medias de muy corto efecto resarcitorio. Mientras tanto, lo que el sector sigue demandando son señales claras en materia de política agropecuaria para dar finalmente ese salto cuantitativo y sostenible que permitiría sacar a la Argentina de esta vieja disputa de administración de la escasez.
Fuente: Rosgan
Las mismas luces rojas de cada fin de año
La precaria situación económica en la que nos encontró esta pandemia, posicionó a la hacienda no solo dentro del terreno de lo ‘esencial’ sino que, además, la erigió como una de las pocas alternativas de resguardo de valor, a la que acudieron muchos productores.