Cuando los argentinos empezamos a tomar conciencia que pasaríamos los próximos días de nuestras vidas en casa, la mayoría de los argentinos sintió como si hubieran sido encomendados a una misión espacial a Marte o condenados a vivir en una burbuja sin contacto con el mundo exterior.
En este contexto de ciencia ficción, una de las preguntas que nos hicimos cuando tuvimos que guardarnos, y más teniendo el diario del lunes de lo que venía sucediendo en España, Italia y EEUU, fue y ahora ¿Cómo nos arreglaremos con la comida?. Si vamos a estar encerrados por quien sabe cuántos días, lo primero es lo primero… ¿Qué vamos a comer? Fue allí cuando algunos (los que pudieron), y con temor a que se produjeran fenómenos de desabastecimiento acudieron a stockearse con la compra de provisiones para este retiro espiritual o enjaule forzoso como prefieran llamarlo.
Los consumidores no reaccionamos de la misma manera cuando se trató de comprar carne que cuando se trató de aprovisionarnos de bebidas, arroz, fideos, verduras o incluso otras carnes. De la misma manera, si bien la reacción de las cadenas agroalimentarias fue rápida y hubo en general una adecuada provisión de alimentos, vale la pena señalar que hubo comportamientos dispares desde este punto de vista. En este escenario, la carne vacuna estuvo a la altura de las circunstancias y el sector ha redoblado esfuerzos para que el producto que más preferimos los argentinos pueda seguir siendo abastecido en tiempo y forma. Del lado de la gente, las estrategias adaptativas para seguir rindiendo culto a la carne vacuna están a la orden del día. La fidelidad al producto y la base de las conductas de compra, si bien con algunos cambios, se mantienen intactas.
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